Fue entonces, después del escándalo, cuando el gringo se fue a vivir allí. En medio del campo, aunque no era campo sino una franja de tierra rodeada de agua. Su fiel asesor comercial Graham compró lo que pudo o lo que le vendieron. Cualquier persona sensata se hubiera sentido estafada: comprar 15.000 hectáreas de las cuales más de 10.000 son de lagunas permanentes no parece un negocio razonable. Pero él ya lo había dicho en su fugaz visita al gobernador de la provincia de Buenos Aires:
“El futuro está en el sur”.
El inventario incluía la antigua estación de tren Rolito, con un edificio habitado por una familia. La laguna “del Venado” y parte de la “Paraguaya”.
Aprendió español. Mando construir una vivienda pequeña, y ya instalado, dedicaba sus días a tallar frases que le gustaran en durmientes de quebracho que se hacia traer para ese fin.
“No
hay mal que por bien no venga” era una de sus favoritas en aquella
época.
En
ese invierno cayo nieve después de 42 años. El campo venía con
meses y meses de seca.
Eran
señales débiles. Lo había anunciado un científico ruso unos años
antes pero la advertencia pasó de largo. O no se comprendió bien la
complejidad de la relación entre efecto invernadero y el ciclo de
declinación de la energía solar. Khabibulló Addusamatov. No fue él
único, pero si el más conocido de los científicos que anunciaron
la cercanía de una pequeña edad de hielo en el siglo XXI.
El
gringo Mark, mientras tanto seguía tallando frases, pescando y según
decía –aunque nadie encontró ni una línea en un anotador:
escribiendo un libro. Más o menos por esa época encargo un proyecto
a Glenn, su amigo arquitecto de Carolina del Sur.
El
arquitecto le contesto estaba chiflado o algo por el estilo, pero el
gringo insistió: Esas tierras y ese proyecto eran el resultado del
diálogo a solas –sin asesores espirituales- con su Dios. La
noticia de la construcción de un complejo hotelero de cinco
estrellas frente a la estación Rolito corrió rápido entre los
pueblos vecinos, más aún cuando la obra –un complejo hotelero
para pasajeros y albergue transitorio- se hacía en medio de la nada
o casi al borde de una laguna sólo frecuentada por pescadores de
pejerrey.
El
ex gobernador se ganó la fama de millonario excéntrico, de loco
demente, o similares.
Fue
años después, cuando el complejo ya estaba construido cuando
ocurrieron acontecimientos imprevistos, o los milagros, según como
quiera verse.
En
la primavera del 2012 volvió el tren.
El
gringo seguía tallando, de esa época es la frase que tomó de Frida
Khalo “Nunca seremos dos sin lastimarnos” y que dedicó a su ex
mujer, a la que seguía amando, aunque detestara esos símbolos
comunes que la acercaban a la estética de las mujeres republicanas
como Condoleeza Rice, que llevan collar de perlas en el cuello.
La
llegada del tren empezó a generar las condiciones para abrir el
complejo hotelero.
El
gringo Mark se había hecho devoto de la imagen de la Virgen de Lujan
que encontró bajo el alero de la estación. Los paisanos le
explicaron que era la patrona de los ferrocarriles y “muy
milagrosa”. El ex gobernador hacia gestos visibles de orar y tocaba
la base del pequeño oratorio. Nuestra señora del amor a distancia,
como la llamaba delante de los paisanos de Guaminí que oraban como
él antes de subir al tren, le devolvería lo perdido y más.
Al
hombre quizá no le pasaba desapercibido la esencia egoísta del
rezar, pero no le parecía del todo mal ese individualismo de las
personas que ruegan por sus seres queridos y por sí mismos y no
tanto por el buen destino de la humanidad.
Durante
el más crudo invierno del que se tenga noticia. Al promediar el
tercer mandato del presidente Menem. Mientras en el parlamento se
discutía el cierre de los ferrocarriles comunitarios y de fomento
por el gasto excesivo que generaban al Estado.
Fue
cuando la virgen de la estación lloró perlas de hielo.
Los
caminos se congelaron y los camiones se quedaban varados en la nieve.
El tren mixto de Carhué a Puente Alsina circulaba sin problemas. Un
conjunto de locomotoras provistas de un vagón barre nieve aseguraban
que las vías estuvieran despejadas y confiables. A meses de una
nueva clausura, el tren se volvió imprescindible. La humanidad había
dilapidado gran parte de sus reservas de combustible fósil y la
imprevista llegada de una pequeña edad de hielo que duraría varias
décadas obligaba a que el consumo de energía del transporte
colectivo tuviera la tecnología más apropiada para afrontar el duro
racionamiento que permitía abastecer al consumo industrial y
doméstico.
Mientras
tanto el complejo de hoteles del gringo prosperaba. Los turistas
llegaban en tren para hospedarse, disfrutar y aprender patinaje sobre
hielo en las lagunas.
Las
parejas venían también en tren para hacer el amor en el albergue
por horas.
El
gringo, además de manejar la caja, atornillaba sus maderas con
dichos populares y frases por todas partes. En los jardines se hacían
concursos de tallado de obras de arte en hielo y los premios
convocaban a artistas de todo el mundo.
Al
llegar en el tren desde la oscuridad de la noche, impresiona ver a lo
lejos las luces que los hoteles proyectan al cielo. De cerca asombran
sus torres y murallas de aspecto medieval recubiertas en hielo.
Sólo
hay que cruzar una calle para hospedarse en el Stanford Palace
Rolito.
Y
allí, arriba del dintel, sobre la mesa de recepción del conserje,
quien preste atención podía leer uno de los dichos favoritos del
viejo y solitario Mark:
“Un
pelo de concha tira más que una yunta de bueyes”.

No hay comentarios:
Publicar un comentario